jueves, 13 de octubre de 2016

El aroma de los paisajes

Los olores, los aromas, actúan sobre la memoria llamando a los recuerdos, evocan casi más que informan.
Cuando en la costa sopla el viento del nordeste haciendo que el mar desgarre sin piedad la costa gallega la aguda fragancia del mar se esparce por calles y plazas de ciudades y pueblos. Este olor a mar tiene un nombre : Marusía. Marusía es ese olor de las algas en la playa, ese olor de la humedad  flotante, una suerte de rocío salino que estropea las cosas que toca. Marusía: aroma intenso de agua y salitre mezclado con el olor de las frituras de las tabernas.
 Las marusías son caricias que advierten que el mar de Galicia no es igual en todas partes y puede ofrecer distintas caras: la del norte y la del sur.
Galicia tiene los labios desgarrados por el mar del norte que es un mar vertical, rígido, un mar frío y áspero. Un mar que pocas veces se desvanece en el horizonte, un mar que bate continuamente contra los acantilados más altos de Europa, a cuyo pie se esconden bajos donde naufragan los barcos. En cambio el mar del sur, es siempre horizontal, más sereno,
menos violento y a pesar de todo, también allí naufragan sus barcos. y es que al final alguien acaba pagando el tributo que reclama el mar a pesar de que el romper de las olas frente al acantilado resulta un sonido y una imagen siempre relajante.

Desde que comienza a caer el sol el ambiente se vuelve de otro color en el muelle. En el puerto, lugar de descarga, imponentes mujeres envueltas en un sinfín de prendas concéntricas, desafiantes y chillonas se hacen con el pescado después que los hombres han terminado la tarea de descargarlo.

En el interior, al cabo de los días de llover, todo desprende un olor enmohecido, un olor a setas carnosas, ligeramente agrias. Las goteras caen con una monotonía que templa los nervios. Dan ganas de encender el fuego, uno imagina  el olor de la leña y...  piensa que será agradable, siempre lo es.
Sin embargo esta mañana ha hecho un tiempo de otoño magnífico. Por el cielo han ido pasando nubes, tormentas, claros y chubascos. Y en el aire fresco, los olores dulces de la vegetación reseca han dado paso a los aromas del otoño.
Los aromas se confunden con los sonidos de sus paisajes. Va lloviendo. Cae la tarde y las gotas golpean  las hojas de los laureles y magnolias creando una melodía. La humedad del aire hace destapar los tarros de esencias y los olores se propagan con gran eficacia. Lo mismo ocurre con los sonidos y  mientras en la nariz se entremezcla el aroma dulzón de las hojas caídas con el olor de las picudas hojas de los pinos, en el oído se funden los sonidos del agua con el tañer de una campana.
El olor y la memoria parecen estar íntimamente ligados. Los paisajes suelen tener olores característicos, así antes de que llueva somos capaces de detectar el olor de la lluvia  sin que haya empezado a llover. Hay que añadir los vientos frescos y húmedos que vienen de las montañas y esparcen a través de las calles los aromas de las plantas y las flores  arrastrando la brisa de la lluvia que escurre lentamente sobre los muros y los árboles, así como la niebla que envuelve apaciblemente a la ciudad con un manto de silencio y hace difusas las luces.
La globalización hace que las ciudades  pierdan su personalidad haciéndolas caer en el anonimato, se va desvaneciendo poco a poco su temperamento haciendo que los ciudadanos no miren más al horizonte ni al cielo, las personas bajan la vista y ven lo que tienen más próximo haciendo que su vida se vaya encajonando entre los edificios que se construyen cada vez más altos entre anuncios espectaculares que recortan el espacio vital y ocultan el horizonte.
Se ocultan las montañas que ofrecen la mayor diversidad posible de tonalidades, se deja de lado la presencia y el canto de los pájaros, el volar de mariposas y libélulas. Parece que todo conspira contra ella, el tráfico requiere de toda la atención de conductores y transeúntes, la contaminación del aire, del ruido y de las luces aturden, abruman y ocultan el aroma de las flores, el brillo de las nubes y hacen que la lluvia y la humedad se conviertan en una molestia y una contrariedad.

"Cada ciudad, cada lugar dispone de sus paisajes olfativos, las fragancias tienen historias y se conectan con  nosotros a un nivel emocional, trayendo al presente recuerdos de lugares, eventos y gente". Kate McLean.

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