El mar en calma parece un espejo. Bien mirado, una llanura sólida aparentemente sobre la que caminar; una superficie plana que brilla y refleja el color del cielo.
Estando así el mar no tiene fuerza ni siquiera para dibujar una ola. Este mar en calma tiene un efecto hipnótico que va calmando los sentimientos: los hace dóciles, blandos, manejables y hasta las emociones más rebeldes encuentran su serenidad .
Cuando está descansando es hermoso, su belleza serena, acompaña y escucha, sin embargo, cuando está furioso, violento y encrespado, habla, grita, se quiere hacer oír a toda costa. El espectáculo que ofrece impone al hombre y llega a producir pavor como pocas fuerzas de la naturaleza.
Ver como el oleaje bate una escollera, como grandes montañas de agua revientan sobre el espigón de un muelle, impone un gran respeto, sin embargo uno no es consciente de lo pequeño que es el ser humano ante la fuerza del mar como cuando conoce un oleaje agitado, como cuando las olas imponen su ley y conoce el peligro en una travesía en la que pudo haber riesgo de naufragio; esa experiencia se puede convertir en inolvidable.
Ver como el oleaje bate una escollera, como grandes montañas de agua revientan sobre el espigón de un muelle, impone un gran respeto, sin embargo uno no es consciente de lo pequeño que es el ser humano ante la fuerza del mar como cuando conoce un oleaje agitado, como cuando las olas imponen su ley y conoce el peligro en una travesía en la que pudo haber riesgo de naufragio; esa experiencia se puede convertir en inolvidable.
A pesar del miedo que el hombre siente, el buen marino saca fuerzas de flaqueza y ante una mala mar saca lo mejor que lleva dentro y a causa de estas angustias, Dios se hace necesario y el hombre se acerca a ÉL.
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