Para que nada nos amarre
que no nos una nada.
Ni la palabra que aromó tu boca
ni lo que no dijeron tus palabras.
Ni la fiesta de amor que no tuvimos
ni tus sollozos junto a la ventana.
Para que nada nos amarre,
que no nos una nada.
Pablo Neruda
Esta es una historia que según cuenta la leyenda sucedió antes que el niño se hiciera hombre y el hombre anciano.
Dicen que el Sol y la Luna, antes de que Dios los llamara para que alumbraran nuestros días y nuestras noches, se encontraron y vivieron un gran amor.
Un día Dios los llamó y, ambos obedientes se presentaron.
Al Sol le dio un título de nobleza, sería conocido por todos como el Astro Rey, sería el encargado de iluminar nuestros días desde Oriente hasta Occidente.
Del mismo modo, llamó a la luna y le dijo que sería la encargada de iluminar cada una de nuestras noches. La Luna se entristeció mucho a cuenta de esto, porque Dios los había condenado a vivir eternamente separados.
El Sol habló con Dios y le rogó que encontrara la manera de que la Luna no estuviera sola. Así, Dios creo las estrellas para que le hicieran compañía en el gran cielo y, decidió que ningún amor debería ser imposible y por eso creó los eclipses. Solo así pueden encontrarse y estar juntos aunque solo sea por un breve espacio de tiempo.
Dicen que cuando hay un eclipse no podemos mirar al cielo directamente porque nos quedaríamos ciegos. Ciegos del amor que desprenden cuando pueden encontrarse.
La Luna y el Sol siguen su destino. El Sol arde de pasión por la Luna y ella vive en las tinieblas su añoranza.
Viven esperando ese instante, esos raros momentos que les fueron concedidos y que tanto cuesta que sucedan.
La Luna y el Sol siguen su destino. El Sol arde de pasión por la Luna y ella vive en las tinieblas su añoranza.
Viven esperando ese instante, esos raros momentos que les fueron concedidos y que tanto cuesta que sucedan.
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