martes, 17 de octubre de 2017

Se quema Galicia














He salido a aspirar el aire de la noche después de un intenso día, y mucho peor noche de angustia porque, al fin, ha llovido y he buscado ese aroma que desprende la tierra cuando llueve después de un tiempo de sequía. Sin embargo, al abrir la puerta de casa un olor agrio, ácido y extraño a quemado me ha asaltado como si me hubieran dado una sonora bofetada .

Ya es de noche pingan gotas de lluvia de las hojas y ramas de los árboles cuyas sombras bajo los faroles de luz se asemejan a figuras fantasmagóricas extrañas, que se ven envueltas en una densa niebla. Parece que pudiéramos atraparla entre las manos como jirones de agua.

Pero antes, habían caído del cielo arrastradas por el aire las pavesas; se ven planear antes de depositarse en el suelo; en su interior traen fuego acompañado de muerte. El aire es irrespirable.
Todo ha enmudecido, los perros aúllan, olfatean el aire percibiendo el peligro.
Escudriño la oscuridad de la noche, necesito saber de donde viene el viento. Todos los sentidos se agudizan, el peligro acecha y una sensación angustiosa de vértigo, que marea, aparece.
Estamos rodeados de árboles y lo peor de todo de maleza, mucha maleza muy seca, demasiado seca pues no llueve desde hace bastante tiempo. El fuego se acerca , se extiende cada hora que pasa.
Hace algunos años, las campanas de la iglesia comenzaban a tocar con desesperación llamando a los vecinos para que acudieran a sofocar las llamas que corrían lamiendo laderas de montañas, fincas y casas que encontraban a su paso.
El pueblo gallego es solidario, lo ha demostrado en muchas ocasiones y también en esta que estamos viviendo ahora mismo. Si antes arrancó con sus manos el petroleo de las rocas y de las arenas de las playas, hoy lo hace de nuevo haciendo cadenas humanas con calderos de agua. Dos personas han perdido la vida, al buscar una salida y desorientadas se han metido de lleno en el bosque incendiado y otras dos, la han perdido tratando de salvar sus animales de este horror. 


Todo esto se ha convertido en una funesta tradición que nos amarga con frecuencia en verano: los incendios trazan un paisaje de ceniza, desolación y muerte que destrozan nuestra tierra, nuestra riqueza natural.
La pregunta aparece siempre:¿Qué puede impulsar a un ser humano a actuar de esta manera? 


Esta tierra ha perdido su verdor, ese que forma parte de su belleza pero jamás, jamás perderá su esperanza.







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