domingo, 15 de mayo de 2016

LLueve en Santiago.


No se yo que buscaba en las callejuelas que tanto me gustaba perderme en ellas. Oír el latido de la vida, adentrarme en las mismísimas entrañas de la ciudad vieja y antigua, en donde las farolas hablan con su eterno parpadeo en la oscuridad de la noche  mientras el silencio viaja entre luces y sombras.
Es al caer la noche cuando esa luz amarillenta baña las piedras de Compostela y la atmósfera cobra un aire de solemnidad y  misterio.

Si la niebla se apodera de la ciudad, ante nuestros ojos pueden aparecer arquitecturas fantásticas, torres iluminadas y sombras misteriosas. Después, cuando escampa, los charcos del pavimento, reflejan torres, balconadas, volutas, como un mundo arquitectónico invertido. Es entonces inevitable no recordar a Torrente Ballester diciendo: " Que la niebla es el caos de donde la campana va sacando las cosas."

Como yo,  la lluvia y los caminantes han buscado el silencio recogido entre los rincones de las callejuelas gastando las piedras mojadas. Casi se puede retratar el silencio cuando las campanas de la catedral apagan su tañido.                                                                                                         Canción  del Madrigal de Federico García Lorca a Santiago de Compostela 

                                                                                             
El paraguas me resguarda y me cobija.

Me hace creer que viajo dentro de una burbuja del tiempo.
 He vuelto allí donde soñaba con los sueños, de la mano del silencio. Tengo una cita conmigo; voy a mi encuentro y no quisiera llegar tarde. Subo por la Rúa del Villar, paso Fonseca y al cabo doy ya casi el último paso antes de que la Plaza del Obradoiro se abra ante mi.

La veo atravesar la plaza, corriendo bajo otro paraguas y detenerse bajo los soportales.
La observo con curiosidad y me reconozco, feliz, llena de vida y al mismo tiempo ajena a la misma vida; a la senda larga y profunda que traigo yo, mi yo de ahora pegada a las huellas de mis zapatos.

La observo, sin que perciba que la estoy mirando. Me gusta observarme y se que adora ese lugar y por lo tanto la he citado allí con la esperanza de que nuestro encuentro en el tiempo se produzca en una atmósfera de mágico misterio como a ella le gusta. De repente se gira, su mirada recorre cada rincón de su plaza, como a ella le gusta llamarla y... sin querer, se encuentra con la mía. Es joven y por tanto confiada. Me dedica una sonrisa al verme llegar que yo acompaño con otra de igual acogimiento.Nos abrazamos, ella pregunta; yo respondo. Y...
                       Después decidimos seguir buscando el silencio













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