Es difícil que un gallego se imagine una ciudad sin lluvia durante mucho tiempo ya que el cielo gris suele ser una amenaza de manera constante.
En Galicia la lluvia no se acaba nunca, despertamos al cielo nublado ciento cincuenta días al año.
Desde que cayó sobre la tierra cuarenta días y cuarenta noches, la lluvia pasó a ser símbolo de fragilidad humana, por eso en el campo la lluvia engendra seres con el don de la predicción. Los campesinos palpan la humedad de las piedras, miran la manera de tumbarse las vacas en el prado, escuchan el modo de soplar el viento y el canto de las ranas; por eso los brujos y los campesinos fueron los primeros hombres del tiempo.
Tenemos más de setenta palabras en nuestra lengua para nombrarla y es que nos acompaña siempre como un amigo al que le perdonamos todos los defectos. Nos preocupa si llega tarde y le rogamos que no nos falte. Nos acostumbramos a su olor, nos hace compañía, es una cómplice con la que compartimos el territorio y la memoria en ese espacio de tiempo sin calendarios de la infancia donde la lluvia era la única certeza del paso del tiempo y una lección de paciencia.
No hace mucho, los gallegos llevaban el paraguas a la espalda colgado del cuello de la chaqueta. Era una manera inteligente de llevar un paraguas mientras no llueve porque te deja las manos libres, no estorba, no ocupa espacio; sin embargo ya nadie lo lleva así y desde entonces somos unos seres con una sola mano hábil porque la otra está casi siempre sujetando un paraguas.
Hay dos señales inequívocas de que una casa, en Galicia, está habitada : un paraguas abierto en el porche y un paragüero a la entrada.
El paraguas no se lleva porque llueva, se lleva por si acaso llueve.
Crecí escuchando el sonido de la lluvia; mi primer recuerdo de ella es su discurrir por los cristales, su percutir en los tejados, de tal manera que si no llueve siento una ausencia rara, un aire seco que me inquieta y me acompaña el sentimiento de cierta compasión por los que no han forjado una memoria saltando charcos.
El sol te hace extrovertido, la lluvia te vuelve ensimismado. El sol te distrae, se empeña en que no pienses, la lluvia te confronta, te obliga a pensar.
Todos los primeros de Noviembre, el único día en el que en los cementerios hay más vivos que muertos, en Galicia, llueve y el cementerio ese día parece más que nunca lo que es: un lugar para la muerte. Es como si un día lluvioso doliera más recordar a los muertos. Quizás por esa razón nos acompaña.
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