En la vertiente norte de las montañas más altas de Galicia, el macizo de Peña Trevinca, se encuentra el teixedal de Casaio.
El valle de Casaio, es como un paisaje lunar formado por montañas de escombros de las minas de pizarra.
Bordeando el curso alto del río San Xil, a 1350 metros de altitud, distinguimos las manchas oscuras de los tejos, mezcladas con abedules, acebos, robles y serbales; los últimos que resisten de una historia que se extiende a lo largo de millones de años. Apenas cuatrocientos o quinientos ejemplares. Es el único bosque que queda en Galicia.
Los tejos son una de las especies más longevas, pues pueden alcanzar los dos mil años de edad. Siempre han estado rodeados de leyendas. Los celtas los utilizaban para adivinar el futuro y, los cristianos los plantaban en los cementerios como símbolo de la vida eterna. El veneno que contiene su madera y sus hojas produce la muerte por parálisis respiratoria.
Los celtas del monte Medulio, últimos defensores de la independencia de Gallaecia frente a los romanos, lo utilizaron para suicidarse antes de rendirse ante los conquistadores, ingiriendo ese fruto rojo tan llamativo.
Un árbol excepcional, que una vez estuvo extendido por toda Galicia, pero del que hoy casi no quedan ejemplares y en ningún caso formando bosques, salvo en el Teixedal de Casaio, en las tierras más inaccesibles y menos conocidas de Galicia. Es una de las pocas reservas de tejo existentes en el planeta, restos de un antiguo bosque atlántico de la época Terciaria.
La época ideal para apreciar la belleza de este singular bosque es en pleno otoño, cuando los frutos de los acebos y los colores de los tejos nos regalan un hermoso paisaje natural.
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