El mar, en la noche, es una maravilla. Estar ahí quietos, flotando, bajo las estrellas, no hay nada igual...
Navegar por la noche es una experiencia fantástica, tanto si se hace a la luz de la luna, como en mitad de una noche cerrada. Soltar amarras de madrugada en una preciosa noche estrellada y con la mar como un plato reflejando todas las luces de la costa que poco a poco se desvanecen en la oscuridad produce una extraña emoción.
Navegar de noche, especialmente en aguas atlánticas supone el poder observar el efecto desconcertante de la fosforescencia del fitoplancton que activado por la hélice del barco va dejando una preciosísima estela de luz verdosa que se asemeja a la cola de un animal fantástico. Y si se tiene la suerte de tener un encuentro con delfines en una de estas zonas ricas de fitoplancton, entonces se pueden ver iluminados debajo del agua en un efecto tan mágico como fantasmagórico.
Si no hay luna, el cielo es grandiosamente negro y plagado de un infinito número de estrellas como posiblemente nunca se halla observado en ningún otro lugar. Y...al amanecer si la atmósfera está cargada de humedad, se ve al cielo vestido de bellísimos colores pastel, con suaves tonos rosas, amarillos y azules. En estos momentos los primeros rayos del sol producen sobre las olas brillos dorados en un intenso rielar.
En la noche oscura se pierde la sensación de profundidad y es difícil evaluar las distancias. En general, la distancia, es mucho mayor de lo que nos parece. Es aquí donde el radar ayuda y enseña a valorar lo que puede ocurrir a nuestro alrededor.
No me extraña que los marineros tengan unavirgen a la que rezar, sobretodo en las noches de tempestad y sin luna. Como siempre... Precioso relato.
ResponderEliminarY también para agradecerle a la Virgen la belleza de la noche y la serenidad que nos trae.
ResponderEliminarUn beso