domingo, 13 de octubre de 2019

Las aldeas se mueren


La gente ha abandonado las aldeas soñando con una vida mejor para apiñarse en las ciudades y en la multitud, encuentra su temida soledad. La soledad se está convirtiendo en una terrible plaga que azota la sociedad contemporánea.
Un total de 1726 aldeas ya están abandonadas. El abandono del rural está convirtiendo las aldeas gallegas en un erial. En ellas todavía resisten unos pocos, la mayoría de edad avanzada. Cuando ellos mueran, nadie impedirá que la maleza se adueñe de sus casas y que la hierba cubra los caminos.
En una década casi medio millar de aldeas se han quedado deshabitadas en Galicia que perderá  cerca de 139.000 habitantes en los próximos 15 años. 
En la aldea el aire no está contaminado, el aire mece los árboles; a lo lejos, se ven las crestas azules de los montes, el celeste del cielo y las gordas nubes blancas que pacen como corderos en un prado celestial.
Los atardeceres, son perfumados; detrás de los muros las madreselvas se enroscan y trepan, se escucha el ladrido de los perros, el canto de los grillos. No hay grandes tiendas, ni industrias, ni fábricas poderosas. Las aldeas no despiertan la curiosidad de quienes no pertenecen a ellas. No hay brillantes luces de neón que se enciendan por la noche, ni escaparates luminosos donde mirar aquello que quizás no se pueda comprar, no hay discotecas ruidosas y sudadas, ni cines. Solo se aspira el perfume de los árboles, se ve el verde de los prados y se disuelve uno en la niebla cuando lo desea.
 Densa, superpoblada y ruidosa, la ciudad escupe multitud de seres anónimos por sus puertas viejas - puertas de los metros, de las oficinas, de los edificios de apartamentos - apesta a polución, a residuos, a partículas de gases.
El cielo es aparentemente gris a causa de la contaminación, es difícil caminar por las calles sin ser empujado, sin sufrir el asedio de múltiples súplicas: los desamparados de siempre, los que han perdido el empleo, los que nunca lo tuvieron, los que están enfermos, los que necesitan cuidado o estima o alguien que los oiga. Se pasa indiferente o se concede una limosna desesperada que no consuela a nadie.
La población de estas ciudades parece flotar; masas anónimas se trasladan de un lugar a otro, como olas, como mareas. Es un fluir simétrico, de un extremo a otro, como el péndulo de un viejo reloj para retornar invariablemente al mismo lugar de origen. Nunca está vacía, sin embargo el hombre se siente solo y a pesar de eso no retorna a su aldea.

Un gran número de abuelos están muriendo en la más absoluta soledad en las grandes ciudades.

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