martes, 26 de noviembre de 2024

La soledad de la aldea.

 Decía Lope de Vega:

A mis soledades voy,
 de mis soledades vengo,
porque para andar conmigo
me bastan mis pensamientos.
No se que tiene la aldea
donde vivo y donde muero,
que con venir de mi mismo
no puedo venir más lejos.
Ni estoy bien ni mal conmigo,
más dice el entendiemiento
que un hombre que todo es alma
está cautivo en su cuerpo.
Entiendo lo que me basta
y solamente no entiendo
como se sufre a si mismo
un ignorante soberbio.

Fue casi sin darnos cuenta que allá por los años 50 comenzó un nuevo éxodo. Se habla de más de 3000 pueblos deshabitados de los que apenas queda el recuerdo. Se ven casi sus aldeas como esculturas modeladas al capricho de la naturaleza. Se han ido diluyendo poco a poco.
Muchos son a los que las luces de la ciudad atraen y deslumbran. Se han marchado los jóvenes y los mayores se han ido quedando solos. Ya nadie volverá a cosechar los campos y cultivar el huerto.
Caminos que se cierran, casas que se desmoronan. Estos lugares pasan a ser el envoltorio de muchos recuerdos, rincón de añoranzas de tiempos pasados, donde un día, no hace tanto, la vida fluía entre las labores del campo y la alegría de sus gentes.
Casas del pueblo con el corazón roto y el tejado hundido son aquejadas del mal del abandono, donde el silencio y la soledad caminan de la mano de arbustos y hierbas que crecen entre sus piedras. A la casa de la aldea la ha partido el corazón el rayo de la indiferencia, la tempestad de la rentabilidad y la dejadez de todos.
Hay una España que se vacía y otra que se masifica y no la oye.
Estamos en Noviembre y con su color gris acerado de intenso frío parece que las soledades y ausencias  de los lugares son mayores y duelen todavía más.
La dolorosa soledad de convivir sin esperar respuestas ni buscar gratificaciones humanas, al mismo tiempo tener la suficiente paciencia y esperanza para saber que todas nuestras dolorosas soledades, en el fondo, nunca bien resueltas, orfandades de otros tiempos, han servido para algo. Necesitamos saber que " el sentido" culminará y equilibrará nuestra vida, y que "el sentido" no es una explicación que uno se da sino una bienaventuranza que se alcanza.
Esta soledad de ser uno mismo, esta realidad que se alcanza al final de un proceso de autentificación, de ir deshaciendo máscaras y papeles representados, esta es la soledad que nos devuelve el equilibrio y la paz.

Decía Nietzsche que "la valía de un hombre se mide por la cuantía de soledad que le es posible soportar"

lunes, 13 de mayo de 2024

La Costa de la muerte

Una región de Galicia que fue considerada el fin del mundo durante el Imperio romano: "A Costa da Morte"

Cuenta la leyenda... así comienzan todos los relatos de antaño donde el misterio, la incógnita y la magia están garantizados; pues sí, cuenta esta leyenda y habla de un lugar de la costa gallega donde la fuerza del mar se deja sentir en sus enormes acantilados haciéndolos especialmente abruptos y escarpados. 
El mar aquí no tiene piedad ni con barcos ni con hombres y hace de esta zona un cementerio para cientos de marinos.
"A Costa da Morte": Impresiona su nombre, también impresiona el lugar y no solo por su belleza, sino también por su soledad, su silencio, su grandiosidad.

Se debe su nombre a la cantidad de naufragios y muertes que en esta zona ocurrieron desde cientos de años atrás.

Varias son las leyendas que se cuentan de este lugar pero quizás la más antigua y la más impactante tuvo que originarse en tiempos muy remotos en donde las únicas señales marítimas posibles eran la costumbre ancestral de hacer sonar las caracolas de mar en los días de niebla y las hogueras, que las mujeres encendían en los cabos y atalayas para señalar a sus hombres el camino de regreso a tierra.

 Yo he oído el sonido de los faros en multitud de ocasiones cuando las nieblas rodean los barcos en una trampa mortal. Es un sonido que parece salir de las entrañas del mismo mar, es un sonido que guía en una ceguera sin límite, es un sonido lúgubre pero, al fin y a la postre, un sonido esperanzador ya que en esos instantes no hay nada que te guíe más que ese sonido que se cuela entre la niebla. 

El excesivo número de hundimientos que se han dado a lo largo de esta costa, culpabilizando a las gentes de este lugar, fue seguramente lo que le dio ese nombre a esta zona ya desde tiempos antiguos.

Se dice que en las noches de temporal y de poca visibilidad, cuando las nieblas se asentaban por días sobre la zona e impedían a los navegantes avistar la costa, pequeños grupos de paisanos acuciados por el hambre y la miseria provocaban los naufragios de los barcos para apropiarse de sus cargamentos con la artimaña de la vaca-farol.


Acudían con sus bueyes a pasearlos por los límites de los cabos, colgando de los cuernos pequeños faroles encendidos que simulaban el balanceo de las luces de otras embarcaciones navegando. Los marinos, que navegaban en el lugar, confundían la luz de estos faroles con la luz de otras embarcaciones que navegaban más cerca de la costa y a mayor resguardo de la tempestad y así, optaban por imitarla, aproximándose también y estrellándose sin remedio contra los acantilados, cayendo así, en una trampa mortal.



En pocos minutos el barco estaba perdido porque entonces las gentes del lugar aprovechaban para saquearlo y si fuera preciso asesinar a los indefensos náufragos. 

Si esta historia es cierta, es imposible de saber pues en esta tierra el silencio se mantiene sobre los asuntos delicados que no van con ellos. Este silencio cómplice es el que ha impedido que nunca se haya probado este proceder tan bárbaro, si es que alguna vez se produjo. 

Quizás no haya sido nunca la piratería ni tampoco las gentes del lugar que en multitud de ocasiones arriesgaron sus vidas con un gran mar de arbolada y se lanzaron a ella para auxiliar a los náufragos. La muerte es una constante en estos pueblos que son acariciados a veces y otras golpeados por la fuerza de su océano.

viernes, 12 de abril de 2024

Cuando florecen las glicinas


"Si el cuquillo no ha venido el 25 de abril, o se ha muerto, o lo han matado, o es que no quiere venir".
Pero no sólo han llegado los cuquillos y los vencejos cruzando el aire, también golondrinas y aviones están aquí ya muy cerca de nosotros. Es el sonido de la vida
La tierra suspira alegre en  Abril que huele a jazmín y a azahar.

Las glicinas se han ido enrollado en la estructura de la pérgola a lo largo del tiempo, abrazándose a ella, diría yo, que con ansia de florecer. Su aroma atrae inevitablemente los recuerdos; esas conversaciones que uno mantiene consigo mismo, y es que con bastante frecuencia, últimamente me hablan desde el otro lado del espejo, aparecen de golpe rescatando una niñez rodeada de aromas y olores tan persistentes, que atraviesan la nostalgia de otra edad y se sientan conmigo a oír el silencio.
La tierra en abril suspira y entre suspiros se llena el aire de aromas del jazmín, el azahar y las glicinas. Hay una preciosa luz que inunda la tierra. No cabe duda que, en otoño, los colores hacen soñar; sobre todo, a aquél que lleva en el corazón a un artista; son como el buen vino añejo, sin embargo los colores en abril, embriagan como un vino joven trayendo alegría y bienestar.
La naturaleza despierta y las gotas de lluvia que el cielo hace caer,  besan el sol haciéndolo multicolor asomándose en él el arco iris.






En la lentísima belleza de la noche, a altas horas, cuando la luna se hace de plata en el cielo, el corazón decide cambiar de soledad y de sendero.

Esta tierra es verde porque el verde aparece sobre otro verde a medida que cambiamos el escenario de nuestros sueños.



Los prados se visten de verde y cantan:

Son de abril las aguas mil. 

Sopla el viento achubascado, 

y entre nublado y nublado 

hay trozos de cielo añil.

 Antonio Machado





En primavera  late aún más fuerte el corazón verde de Galicia. El canto del cuco en los bosques y la vuelta de las golondrinas, certifican su llegada. Este mes, es un terrible loco y como tal inestable, juega a sorprendernos con días de azul intenso a otros encapotados de gris y lluvia fría.





Y todo esto ocurre cuando florecen las glicinas.

viernes, 29 de marzo de 2024

Abadía de Samos

 En el interior de Galicia, en un precioso valle entre montañas se encuentra la abadía Benedictina de Samos,  uno de los tres Monasterios que aún están habitados, por monjes, en esta tierra.



A orillas del río Oribio y en un valle que da entrada a los montes de Piedrafita, se levanta el antiguo Monasterio de San Julián de Samos, regido por monjes benedictinos y fundado por san Martín Dumiense en el S.VI. y es uno de los centros religiosos más importantes de Galicia.
De camino a Compostela los peregrinos se encuentran con el Monasterio antes de llegar al pueblo siendo para  muchos  el final de la tercera estación del Camino Francés.

Es, pues,  paso obligado  para los peregrinos que quieren llegar a Santiago. Con los siglos, además de hospital de peregrinos, se convirtió en un lugar de entierro de los caminantes que fallecían en el camino a su paso por Lugo.




Esta abadía alberga la historia de muchos pueblos y hombres que pasaron por ella y que siguen pasando, pues es Camino de Santiago, pero sobre todo, guarda un tipo de vida monástica marcado por la cultura gallega, por nuestro pueblo, su historia y su gente.
Le acarician las aguas del río Sarria que besa los sólidos muros del Monasterio construidos con mampostería de pizarra.
Los larguísimos pasillos del convento están vestidos con piedras en las que se dibujaron  murales que cuentan la vida del fundador.



 “Un monasterio sin libros sería como un castillo sin defensas”, así reza una inscripción en latín sobre la puerta de la biblioteca donde se conservan manuscritos de la Edad Media, doce incunables y grandes colecciones de obras de teología escritas en griego y en latín.

                                         Un lugar en el que parece haberse detenido el tiempo.















viernes, 16 de febrero de 2024

LAS ESTRELLAS DE LA TIERRA




Dentro de muy poco tiempo esta flor que le es tan fiel al invierno se irá después de haber alfombrado la tierra con sus pétalos y flores; orgullosa de si misma acompaña al invierno y sabe de sus cuitas y de su cansancio. Es una flor amable que acompaña al invierno y le da la bienvenida a la primavera.
                                           
  A esa dama hermosísima
y bella que va llenando el lugar de luz y belleza por donde quiera que pasa. Da la sensación de ser como un pincel mágico que mojando en diferentes colores le diera por pintar un lienzo en blanco llenándolo de colores: azules, verdes, violetas, fucsias, blancos, amarillos...


Cuando nos hacemos adultos perdemos mucha de la fascinación por las cosas que teníamos cuando niños. Era especialmente emocionante escuchar como silbaba el viento en las noches de invierno y unos a otros nos contábamos historias en las que él era su mayor protagonista y exacerbaba nuestra imaginación infantil. Eramos capaces de oír el murmullo del agua en las fuentes y disfrutábamos planeando en el aire con los brazos abiertos imaginando que volábamos. Todo era posible, pues todo era imaginable, pero... esa magia desaparece cuando la realidad se va imponiendo a nuestro pesar.
Recuerdo saltar entre las piedras del río, con cuidado de no resbalar entre musgos y algas. Oír el murmullo de las fuentes y ver nadar los patos en el estanque mientras un aroma a mirto nos rodeaba guardándonos. La idea de que el agua estuviera formulando palabras parecía absurdo pero no por eso dejaba de prestar atención al sonido de sus murmullos pareciendo que quisieran contarme secretos del jardín. Y es que el jardín es como el inmenso auditorio de un concierto donde la música que se oye nunca es igual.




La camelia sasanqua cuando llega su momento se despide desprendiéndose de   los pétalos uno a uno los cuales van cayendo al compás del viento, dejando una mágica alfombra a sus pies.Costumbre que no tiene la camelia japónica, la cual llegado el momento arroja la flor al suelo, como una bella dama antiguamente el pañuelo, por si un galán quisiera quedársela...galanes que hoy en día ya no quedan, ni ojales en las solapas donde lucirlas.




Cuenta la leyenda que al principio de los tiempos, una noche, las estrellas jóvenes discutían y rivalizaban entre ellas sobre cual era la más bella ocasionando una trifulca entre todas las  estrellas del cielo, pues todas querían ser la reina de la belleza. Y... a ver quien ganaba? ¡yo brillo más! ¡ yo soy más grande! ¡yo más ligera!

Con sus discusiones rompieron la paz del firmamento por lo que la luna intervino y, decidió que la mejor manera de poner orden era que las estrellas se repartieran por el cielo y así todas lucirían su belleza.


Las estrellas obedientes acataron la ley nueva... Unas se esparcieron hacia el norte, otras hacia el sur, otras se agruparon formando estelas de luz...

Cuentan también, que pasado el tiempo, cansadas vieron u árbol que resultó ser una camelia, lucía gran cantidad de flores blancas y decidieron reposar en ella, durmiendo las estrellas cada una en una flor.

Al día siguiente, recuperadas las fuerzas, pensaron que esas flores eran como un cielo para vivir en ellas y así fue como las estrellas se convirtieron en camelias. Desde entonces, las camelias blancas son las estrellas de la tierra, compitiendo con las del cielo y brillando como ellas.
















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