martes, 25 de agosto de 2020

A pedra da serpe

Los Petroglifos dejados por nuestros ancestros son  vestigios de carácter simbólico de un verdadero conocimiento tan amplio que hoy en día es casi imposible comprenderlos; lejos de ser primitivos o de gente sin cultura, es todo lo contrario, estas obras de arte fueron realizadas por verdaderos científicos, con una cultura muy amplia tanto en astrología, astronomía, ingeniería, matemáticas, topografía y todo aquello que encaje en los cuatro pilares del conocimiento: ciencia, filosofía, arte y mística, y unido a esto, comprendían la íntima relación que existe entre el humano con el sistema solar, nuestra galaxia y el universo.
Cuidadosos de  que su conocimiento prevaleciera a través del tiempo, se dieron a la tarea de grabarlos en piedra para que aquel que tuviera entendimiento, entendiera el mensaje y de la misma manera prevaleciera oculto para aquél, que viendo, no ve.
De origen desconocido y fecha incierta, A pedra da Serpe es la joya de los petroglifos de la Costa da Morte monumento único de suma importancia, despertó la curiosidad de muchos historiadores y aún hoy sigue siendo objeto de estudio. Se trata de una roca de granito con el relieve de una serpiente, sobre la que se clavó una cruz. En la base del crucero se puede apreciar la figura de una serpiente alada, algo excepcional en el mundo occidental.

Cuenta la leyenda que fue San Adrián, patrón de esta parroquia. el que libró a esta tierra de una plaga de serpientes al golpear fuertemente el suelo con el pie y hacerlas desaparecer a todas, quedando encantadas bajo esta piedra.
El culto a la serpiente aparece en tiempos prehistóricos y es símbolo del conocimiento y de  sabiduría oculta, aunque la realización de este relieve sea posterior: romana, medieval o incluso más tardía. Estos cultos paganos tan arraigados que se manifiestan en otros lugares de la costa atlántica fueron combatidos por la Iglesia católica, que cristianizó muchos de ellos.
En Galicia las representaciones de las serpientes se remontan a la época megalítica, apareciendo algunos grabados en dólmenes y en algunos yacimientos de los castros, pero el relieve figurativo, como el de esta piedra, sólo aparece a partir de la romanización.
El significado de la simbología de la serpiente es muy variado y, en muchos casos desconocido. Se ha relacionado con la idea de la fecundidad, como protectora de tesoros, como símbolo de curación y eternidad y también como elemento demoníaco.






jueves, 20 de agosto de 2020

El silencio

Mmmmmmmmmm


Las formas del silencio
de Carmen Pardo
Es preciso perderse para empezar a escuchar.
Es preciso hacer el silencio en la escucha y en la mirada para descubrir las formas del silencio.
El silencio se escribe, se ofrece a la escucha. En la escritura musical el silencio es figura y cada nota figurada
posee su recíproca figura silenciosa, la figura de pausa. Una figura que mide el silencio.
En el lenguaje verbal también se grafía el silencio. Así, los puntos suspensivos dejan colgado el discurso, lo
suspenden. Pero el valor de estos puntos depende de la palabra que los antecede.
Tanto el silencio del lenguaje como el silencio que se introduce en la música suelen ser respiraciones que reclaman
la atención. Respirar será crear el hueco en el que la atención puede desplegarse. El silencio es entonces como
un suspiro, el nombre con el que la tradición francesa del s.XVIII designaba al silencio del valor de una negra
en música. El silencio de negra es un suspiro, el de corchea medio suspiro, el de semicorchea un cuarto de suspiro...
Y en este suspirar tal vez sea posible modificar la forma en que se escucha, transformar el oído.
Aprender a escuchar, aprender a escuchar el silencio y el sonido van a provocar una autoalteración. Esta es como
es sabido, la enseñanza que nos brinda el músico norteamericano John Cage quien de modo magistral enseñó a
escuchar las formas del silencio. Unas formas que requieren destruir la grafía del lenguaje, de la memoria, para
mostrar que silencio y sonido siempre están en continuidad.
 1. Y en el centro... el silencio
En 1937, en una charla realizada en Seattle, el músico afirmaba: "Si la palabra "música" se considera sagrada y
reservada para los instrumentos de los siglos dieciocho y diecinueve, podemos sustituirla por otro término más
significativo: organización de sonido" . Esta definición, empleada asimismo por el músico francés Edgar Varèse,
expresaba la voluntad de transformar la composición musical en un lugar de organización donde tuvieran cabida
todos los sonidos:
los ruidos y el silencio. De este modo, la música del s.XX se fue alejando de un sistema composicional que,
comúnmente, era designado con la metáfora de la arquitectura.
En el interior de esa metáfora, el silencio posee un valor cuantitativo: la figura que lo representa y que indica por
cuanto tiempo se debe interrumpir la nota, así como un valor que podría llamarse intensivo y que depende del
lugar que ocupa el silencio en la composición. El modo en que se escucha el silencio en esas construcciones viene
determinado, generalmente, por la manera en que se atiende al sonido. Pero, se podría asimismo, escuchar el
sonido que continúa en función del silencio que le precede. No obstante, esta segunda posibilidad solía quedar
relegada y cuando se hablaba del silencio en música, se acostumbraba a afirmar que la función del silencio consistía
en concurrir al sentido de la melodía. En consecuencia, el silencio se convierte en una pausa cargada de intención.
El silencio es entonces ese suspirar que capta la atención con una intención prefijada, un silencio que puede crear
expectativas, un silencio que interrumpe...
Este procedimiento, se encuentra todavía prendido en la dualidad entre sonido y silencio. En este sentido, se
acostumbra a aludir al efecto o efectos que puede provocar el silencio. Unos efectos que están anclados en un
silencio que es solamente concebido como ausencia de sonido.
Frente a este silencio marcado con las huellas de la ausencia, los sonidos de la composición musical se presentan,Atender al silencio es escuchar lo que usualmente se escapa, lo que pasa desapercibido. Para ello es preciso parar
la actividad que urge y dirige hacia lo que se debe hacer o escuchar. Se hace necesario detener la rueda del dharma
por así decirlo, ocupando los tiempos fuertes, los tiempos que obtienen la máxima audiencia. El engarce entre los
sonidos, sabiamente conducidos, puede producir entonces lo que en el barroco se denominaban los afectos, o en
el romanticismo la expresión musical. Pero ¿qué ocurre cuando la composición se inicia con un silencio?, ¿cuando
el silencio ocupa los tiempos fuertes?
Se produce un contratiempo que puede dotar de una nueva dimensión a esa efectividad del silencio, que lo sitúa
en un obrar indeterminado aún, en un estado de indecisión. Esta indecisión del estado silencioso, en el que aquello
que se escucha es a veces pensado como si fuera el silencio mismo, es lo que se anuncia cuando se hace del silencio
una efectividad mayor. Se trata entonces de un silencio que se iguala al Vacío, a la Nada, pero que aún puede ser
inscrito en la dualidad entre sonido y silencio. Sin embargo, sólo hay que seguir escuchando para darse cuenta
de que después, cuando el sonido se inicia, las indecisiones van cobrando forma y el silencio suele ser relegado

sábado, 15 de agosto de 2020

EL MAR enmascarado

 A pesar de que el tiempo muchas veces se asomaba dudoso y las nubes parecían sospechosas, iba a estar con la playa,  a pisar la arena mojada y a sentir como resbalaba entre mis dedos cuando la ola rompía en la orilla. Respiraba algas y soñaba mundos y la libertad me llegaba a borbotones con la espuma y el vuelo de las gaviotas. Escuchaba su música y yo tarareaba al mismo tiempo.

Algunos surfistas cabalgaban a merced de la olas saliendo a su  encuentro porque aprendieron el idioma de los vientos y  las mareas.
 
Parece no importar cuantas veces nos perdamos en la visión de su inmensidad, siempre nos impresiona. Esa fuerza que transmite el mar, provoca una reacción peculiar en el ser humano; parece amplificar y sacar a la superficie nuestros pensamientos más profundos.
 
 Las circunstancias, sin embargo, nos han enmascarado a todos.

Nos asemejamos a los antiguos vaqueros y forajidos del viejo oeste americano. Se han disfrazado formas y modos y debemos aprender a entender de nuevo el lenguaje de los ojos, para comunicarnos y comprender a los demás. Nos estamos reinventando, readaptando a conversaciones filtradas por la incomodidad de una tela.

Enmascarado, el verano de 2020, llegó al fin. Nunca había tardado tanto en llegar. Lo esperábamos con ansia, con  esa ansia de libertad y desasosiego por poseer esa libertad que tiene el que ha carecido o carece de ella.
No sabemos con certeza si a la orilla del mar, enmascarados o no, o en las montañas el verano está aliviando la señal del miedo. Esta sensación de paréntesis acabará muy pronto y entonces llegará septiembre que como a un mal estudiante le pasará la factura que le debe, pues el verano no es más que un baile que, en septiembre, caerá de los tendederos, como los sueños.

"La libertad Sancho, es uno de los más preciados dones que, a los hombres, dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra se puede y se debe aventurar la vida y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres".

Ahora, queramos o no, estamos cautivos de nosotros mismos.

Darlo todo al presente consiste en hacer todo lo que se ha podido en ese momento con respecto a lo que queremos. Es así como debemos construir nuestro destino, centrándonos en cada situación intentando dar lo mejor de nosotros mismos. Lo que vivimos actualmente no es más que la consecuencia de lo que hemos aprendido y de la actitud que tomamos ante cada una de nuestras experiencias, sin embargo, es evidente, que no todos aprendemos de la misma manera ni con la misma responsabilidad que implica la libertad de unos y otros.

 

 
 

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