jueves, 3 de noviembre de 2016

EL ADIÓS EN EL AIRE


Tocan a muerto, se oye el tañer de la campana por el valle arrinconando al silencio. Es un sonido grave, con cadencia serena y melodiosa. Alguien ha muerto. Las faenas se detienen al oír las campanas y de repente todo parece quedarse mudo, quieto. Levantamos la mirada hacia el sonido que impregna el aire y hacia el silencio que le sigue. Alguien dice: " seica alguén esquezeuselle de tomar alento"


Preciosa expresión gallega que nos dice que también se nos puede olvidar vivir. En el mundo rural es así. La muerte es compañera inseparable de la vida. Se convive con ella.
Cambiando el rugido de la ciudad fiera por la melodía de los sonidos de la naturaleza, la vida y la muerte parecen tener más sentido al no estar maquillada de irrealidad.
Sentir que se forma parte de un todo, que cada parte, por muy insignificante que parezca posee su importancia formando un equilibrio cósmico, que sin su aportación todo quedaría desestabilizado. Y es que  sustituyendo grandes avenidas por grandes arenales, el infernal rugido del tráfico por el sonido del viento entre los árboles, el rojo, verde y ámbar de los semáforos por la luz de las estrellas, todo parece tener mucho mas sentido.

La familia gallega transciende el tiempo y el espacio, pues en nuestro mundo cultural, enormemente simbólico, los miembros fallecidos de la familia también conviven con los vivos en una relación que transciende la dimensión temporal y terrenal.
Se cree que las almas de los difuntos bajan a la tierra, sobre todo de noche y, en fechas señaladas, como son la Noche Buena y la Noche de Difuntos.
Era habitual en Galicia, que en esta Noche de Difuntos no se recogiese la mesa, pues las ánimas venían a visitar la casa familiar y estaba bien acogerles con comida servida. Por esa misma razón se solía dejar el fuego encendido en la chimenea. Y es que, es esta, una noche mágica, como muchas aquí, porque existe la creencia de que, en esta noche, igual que en la de San Juan, se abren las puertas del Más Allá y ambos mundos, vivos y muertos se encuentran  más cerca que nunca siendo posible el tránsito de uno a otro.
Así pasado, presente y futuro se juntan en una celebración anual.
En estas fechas recordamos con mayor intensidad a nuestros muertos, visitamos los cementerios, adornamos tumbas y encendemos velas, velas que servirán de guía a los difuntos y que deben permanecer encendidas hasta agotarse para que encuentren su salida del Purgatorio.
También se encienden lámparas de aceite sobre lápidas y se cree que cuando una de estas lámparas se consume indica que una ánima del Purgatorio alcanzó, al fin, la luz.
La estrecha relación que existe, en la cultura gallega, entre los vivos y los muertos, en el modo natural que la muerte se integra dentro de la vida como algo visible y siempre presente, no deja de ser un mecanismo inteligente y práctico de estar alerta, de entender y aceptar la frugalidad de la vida.
Una forma de integrar socialmente el dolor de la pérdida de un ser querido y un maravilloso mecanismo psicológico de superación del duelo, de superación de los traumas que pueden causar la muerte y la esperanza de una vida mejor, aunque fuese en otro mundo.
Si desapareciera el mundo rural, todo esto desaparecería.
Los muertos en la actualidad y en la mayoría de los casos han sido relegados a un lugar oscuro y olvidado, convertidos casi en tabú. La muerte ha pasado a ser algo horrible de lo que mejor es no hablar y todo ese mecanismo social de cobertura emocional frente a la desgracia de la muerte ha sido sustituido.

domingo, 30 de octubre de 2016

Sabor de otoño




Hay una señal inconfundible que anuncia la llegada del invierno y esa es la de los puestos de castañas asadas, que de un año a otro, vuelven a instalarse en las calles de ciudades y pueblos, casi siempre repitiendo emplazamiento.
Es esta, una invasión silenciosa, que nos abre las puertas de la estación más fría del año.
Es reconfortante percibir el aroma de las castañas asadas cuando con las manos en lo más hondo de los bolsillos  caminamos refugiados dentro del abrigo. Un olor, que como todos los olores, es capaz de traer del pasado una colección de recuerdos y sensaciones que, en la mayoría de los casos, termina con la adquisición de uno de esos cucuruchos de papel, en cuyo interior viene nuestro calentito  manjar al que sostenemos otro año más en una hoja de papel que nos calienta las manos. Quema el cucurucho relleno de 3 euros de castañas. Quema, murmuran las gentes  perdiendose entre la niebla olorosa.
La verdad es que el fuego que desprende el bombo hay días que no es suficiente para soportar el frío, pero lo peor llega a última hora de la tarde, cuando las brasas se empiezan a apagar. Brasas de piñas y carbón para que estén sabrosas, pues en casa con la vitrocerámica o la cocina eléctrica no saben igual. Todo tiene su secreto. Y el otro secreto, claro, que las castañas sean de buena calidad.
La lluvia, como siempre, nos ha situado en el tiempo y los bosques gallegos muestran en esta época del año todo su esplendor, gracias a un curioso fenómeno: la marcescencia, que prolonga la permanencia de las hojas en los árboles. Un fenómeno que se caracteriza por el hecho de que las hojas no caen de inmediato, sino que se retrasa su caída. Todos los nutrientes que los árboles tenían en las hojas los reabsorben al tronco, a la savia, y de esta manera mantienen la hoja. Así, las "carballeiras" no tienen tanta maleza como otro tipo de bosques debido a que la hoja impide que la luz llegue abajo  evitando el crecimiento de otras plantas.
Es decir que las hojas secas no terminan de caer en invierno, manteniéndose en el árbol hasta que las hojas nuevas del roble se abren en marzo y empujan definitivamente a las secas del año anterior. Este fenómeno caracteriza nuestros paisajes boscosos de invierno, en donde podemos ver árboles perennes, caducos y en marcescencia.
Los tonos amarillos y rojizos empiezan a predominar en el bosque, a pesar de que estos bosques en su mayor parte están formados por árboles de hoja caduca.
Setas y castañas protagonizan los fogones de otoño.
Si en verano son las costas de esta tierra las que llaman la atención por su belleza, en otoño es el bosque el que llama la atención. El aire húmedo se mezcla con el aroma de nuestros árboles, del musgo, de las hojas secas que crujen al pisarlas y de fondo el sonido del agua, que a través de ríos y regatos, se va abriendo paso sinuosamente hasta alcanzar el mar.



Cuando llegue el frío del invierno  el silencio anidará en cada brizna de hierba de los prados, la vegetación aparentemente descansará y las raices creceran desarrollando se y afianzando el árbol al terreno conteniendo toda la vida hasta la primavera.

A nosa Galicia

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