
Lo mejor de la niñez siempre han sido los cuentos; cuentos escuchados de labios de los abuelos capaces de llevarte por lugares desconocidos y llenos de misterios.
La fortuna de escuchar historias y leyendas, al pie del fuego de una lareira, en una casa de esas con techo de pizarra que parecen colgarse en las laderas por las que trepan cien bosques diferentes, impregnará todos los recuerdos de una infancia feliz.
La fortuna de escuchar historias y leyendas, al pie del fuego de una lareira, en una casa de esas con techo de pizarra que parecen colgarse en las laderas por las que trepan cien bosques diferentes, impregnará todos los recuerdos de una infancia feliz.


Tampoco me indignaría el mero avance del telediario y para nada me importarían eso politiqueiros que solo se preocupan de si mismos, montando repúblicas imposibles, elaborando presupuestos mal repartidos, haciendo pactos con el diablo o robando todo el dinero posible que pasa por sus manos.

¿Despreciarías tú la oportunidad de escuchar el silencio del amanecer, solo interrumpido por canciones de pájaros, o el de los atardeceres, cuando únicamente se escuchan aullidos de lobo y graznidos de águila?
Pues yo no. Por eso he venido a pisar los caminos y a escuchar las historias que contaban los abuelos, sentados sobre la roca granítica que toca el suelo y recibiendo de cara el viento libre que curte los rostros.
Me contaron leyendas de hombres que enterraron vivos, de reinas que nunca reinaron en este mundo, de ángeles que liberaron a los cristianos del cautiverio romano...
Literatura popular, en suma, de profunda tradición oral en las familiares noches de los bellos inviernos de nieve y calma.