En el interior de
Galicia, en un precioso valle entre montañas se encuentra la abadía Benedictina
de Samos, uno de los tres Monasterios
que aún están habitados, por monjes, en esta tierra.
A orillas del río Oribio y en un valle que da entrada a los
montes de Piedrafita, se levanta el antiguo Monasterio de San Julián de Samos,
regido por monjes benedictinos y fundado por san Martín Dumiense en el S.VI. y es uno de los centros religiosos más importantes de Galicia.
De camino a Compostela los peregrinos se encuentran con el
Monasterio antes de llegar al pueblo siendo para
muchos el final de la tercera estación del Camino Francés.

Es, pues, paso
obligado para los peregrinos que quieren
llegar a Santiago. Con los siglos, además de hospital de peregrinos, se
convirtió en un lugar de entierro de los caminantes que fallecían en el camino
a su paso por Lugo.
Esta abadía alberga la historia
de muchos pueblos y hombres que pasaron por ella y que siguen pasando, pues es
Camino de Santiago, pero sobre todo, guarda un tipo de vida monástica marcado
por la cultura gallega, por nuestro pueblo, su historia y su gente.
Le acarician las aguas del río
Sarria que besa los sólidos muros del Monasterio construidos con mampostería de
pizarra.
Los larguísimos pasillos del convento están vestidos con
piedras en las que se dibujaron murales que cuentan la vida del fundador.
“Un monasterio sin libros sería
como un castillo sin defensas”, así reza una inscripción en latín sobre la puerta de la biblioteca donde se conservan manuscritos de la Edad
Media, doce incunables y grandes colecciones de obras de teología escritas en
griego y en latín.