No me llames extranjero, porque haya nacido lejos
O porque tenga otro nombre la tierra de donde vengo.
No me llames extranjero, tu trigo es como mi trigo
Tu mano como la mía, tu fuego como mi fuego
y el hambre no avisa nunca, vive cambiando de dueño.
Y me llamas extranjero porque me trajo un camino
porque nací en otro pueblo, porque conozco otros mares,
Y zarpé un día en otro puerto,
si siempre quedan iguales
en el adiós los pañuelos y las pupilas borrosas de los que dejamos
lejos, los amigos que nos nombran y son iguales los besos
Y el amor de la que sueña con el día del regreso.
No me llames extranjero, traemos el mismo grito.
El mismo cansancio enorme que viene arrastrando el hombre
desde el fondo de los tiempos, cuando no existían fronteras.
Antes que vinieran ellos, los que dividen y matan,
los que roban, los que mienten, los que venden nuestro sueños,
Los que inventaron un día, esta palabra ,EXTRANJERO.
Autor: Rafael Amor
Cuando partimos, lo hace también junto a nosotros un sabor que nos acompaña, un acento que nos distingue: un equipaje que llevamos en la maleta: un recuerdo feliz, el roce de una caricia, el olor de nuestra tierra, un amanecer propio, ese que no es igual a ningún otro amanecer de ningún otro lugar; una mirada triste, un adiós que sabe a lágrimas.
Ese equipaje lo guardamos, pues estamos seguros de la necesidad de recordar aquel paseo feliz en una tarde de otoño o cualquier otro recuerdo hermoso que hayamos conservado.
Se trata de un equipaje vital porque, desde el momento mismo del adiós, sabor, melodía y acento dejan de ser una seña de identidad para transformarse en la expresión de un sentimiento: el de pertenencia.
¿Pero qué sucede si no llego a mi punto de destino? Qué ocurre si me quedo en el camino? ¿ Quien guardará mi maleta, mi equipaje? ¿ Quien, quien se llevará mis recuerdos?
Huir solo es el principio para sobrevivir