miércoles, 31 de enero de 2018

Cariño


En la ría de Ortigueira, junto al cabo Ortegal, se esconde este pueblo de nombre dulce y amoroso. Si hay un nombre adecuado para un pueblo gallego, ese es Cariño. Gustan los vivos colores de su flota en el puerto y su viejas casas apiñadas junto al mar.

No es fácil encontrar un lugar en el que se pueda divisar un mar y un océano a la vez, sin embargo hay un lugar, un lugar precioso, como uno de los muchos en esta costa y, este, es el pueblo de Cariño a 94 Km al noroeste de A Coruña.
Tres kilómetros al norte se encuentra el cabo Ortegal,que separa el mar Cantábrico del Océano Atlántico. Un punto mágico, un rincón indescriptible. Frente al Cabo, emergen de las aguas los Tres Aguillóns, tres rocas que desafían la bravura indomable de las aguas. 

Se llega al cabo Ortegal por una estrecha carretera que discurre entre bosques de pinos y eucaliptos  monte abajo, aunque su primer tramo se abre camino monte arriba y según gana altura proporciona estupendas y maravillosas vistas de la ría de Ortigueira y del pueblo de Cariño. Luego, en fuerte caída alcanzamos la punta más septentrional de la Península Ibérica, señalada con un faro cilíndrico de 124 metros sobre el mar.
Son hermosísimas las playas salvajes que rodean la península de Figueroa, la de Fornos de 400 metros de largo, la de Figueiras, más pequeña y recogida, frecuentada por las mariscadoras que siembran y luego recogen su cosecha de berberechos, la de Postiña o Area dos Cabalos que solo es accesible a pie desde las otras dos cuando baja la marea.

De frente: Os Aguillóns, pináculos que el mar ha separado de la punta; hacia el Este la ría de Cariño y Ortigueira y , más allá si la bruma no lo impide, la punta de Estaca de Bares, y hacia el Oeste, los elevados acantilados de Punta do Limo y Vixía de Herbeira, Y el Océano que se extiende más allá de lo que nuestra vista pueda alcanzar. Poderoso, profundo, irascible y salvaje.

Estamos ante las rocas más antiguas de Galicia, muy resistentes a la erosión, cuyo origen se remonta a 1. 160 millones de años.El cormorán moñudo, la gaviota patiamarilla, el mirlo azul, y el paíño común, que cría en los agujeros de las rocas, conviven en este litoral con aves rapaces como el halcón peregrino.
Frente al faro pasan cada año la mayor parte de las aves marinas europeas que emigran por miles. Un espectáculo digno de ser visto.

sábado, 20 de enero de 2018

La soledad de la aldea.

 Decía Lope de Vega:

A mis soledades voy,
 de mis soledades vengo,
porque para andar conmigo
me bastan mis pensamientos.
No se que tiene la aldea
donde vivo y donde muero,
que con venir de mi mismo
no puedo venir más lejos.
Ni estoy bien ni mal conmigo,
más dice el entendiemiento
que un hombre que todo es alma
está cautivo en su cuerpo.
Entiendo lo que me basta
y solamente no entiendo
como se sufre a si mismo
un ignorante soberbio.

Fue casi sin darnos cuenta que allá por los años 50 comenzó un nuevo éxodo. Se habla de más de 3000 pueblos deshabitados de los que apenas queda el recuerdo. Se ven casi sus aldeas como esculturas modeladas al capricho de la naturaleza. Se han ido diluyendo poco a poco.
Muchos son a los que las luces de la ciudad atraen y deslumbran. Se han marchado los jóvenes y los mayores se han ido quedando solos. Ya nadie volverá a cosechar los campos y cultivar el huerto.
Caminos que se cierran, casas que se desmoronan. Estos lugares pasan a ser el envoltorio de muchos recuerdos, rincón de añoranzas de tiempos pasados, donde un día, no hace tanto, la vida fluía entre las labores del campo y la alegría de sus gentes.
Casas del pueblo con el corazón roto y el tejado hundido son aquejadas del mal del abandono, donde el silencio y la soledad caminan de la mano de arbustos y hierbas que crecen entre sus piedras. A la casa de la aldea la ha partido el corazón el rayo de la indiferencia, la tempestad de la rentabilidad y la dejadez de todos.
Hay una España que se vacía y otra que se masifica y no la oye.
Estamos en Enero y con su color gris acerado de intenso frío parece que las soledades y ausencias  de los lugares son mayores y duelen todavía más.
La dolorosa soledad de convivir sin esperar respuestas ni buscar gratificaciones humanas, al mismo tiempo tener la suficiente paciencia y esperanza para saber que todas nuestras dolorosas soledades, en el fondo, nunca bien resueltas, orfandades de otros tiempos, han servido para algo. Necesitamos saber que " el sentido" culminará y equilibrará nuestra vida, y que "el sentido" no es una explicación que uno se da sino una bienaventuranza que se alcanza.
Esta soledad de ser uno mismo, esta realidad que se alcanza al final de un proceso de autentificación, de ir deshaciendo máscaras y papeles representados, esta es la soledad que nos devuelve el equilibrio y la paz.

Decía Nietzsche que "la valía de un hombre se mide por la cuantía de soledad que le es posible soportar"

domingo, 24 de diciembre de 2017

PANXOLIÑA DE NADAL

O PELO ROXIÑO


Preparación de la receta de Ternura

Limpia los recuerdos, y quita las partes que se han echado a perder o que no sirvan. Agrégale una a una las sonrisas hasta formar una pasta suave y dulce.
 Añade ahora las esperanzas y permite que repose, hasta que doble su tamaño.
Lava con agua cada uno de los paquetes de la alegría, parte los pedacitos y mezcla todo con el cariño que encuentres.
Aparte incorpora la paciencia, la pizca de locura y la ternura cernida.
Divide en porciones iguales con todo el amor y cúbrelos con la mezcla anterior.
Hornéalo durante toda tu vida en el horno de tu corazón.
Disfrútalo siempre con toda tu familia...con el sabor de lo nuestro.

 Consejo:Puedes agregar a la mezcla anterior dos cucharadas de comprensión y 300 gramos de comunicación para que esta receta te dure para siempre.




miércoles, 13 de diciembre de 2017

De faro en faro respirando el mar


O camiño dos faros es una ruta de senderismo de 200 km que une Malpica con Finisterre por el borde del mar. Un camino que tiene  el mar como protagonista y que pasa por todos los faros de la Costa de la Muerte que bañada por las airadas aguas del Atlántico, es sin duda uno de los paisajes más espectaculares de Galicia.


La luz de los faros, que durante décadas han guiado los barcos y buques que surcaban estas peligrosas costas, será quien ahora guíe mis pasos al borde de un inmenso, enfurecido y bravo mar que sobrecoge a cualquiera. Puedo contemplar las grandes olas batiendo las rocas y escuchar como el viento sopla entre los árboles.

El océano abruma y sobrecoge.

Se respira mar, todo un privilegio, y cuenta con 200 km señalizados siempre de la mano del Océano Atlántico, y en ella podremos admirar siete majestuosos faros: el faro de punta Nariga, faro Roncudo, faro de Laxe, faro Vilán, faro de Muxía, faro de Touriñan y el faro de Fisterra.

El viento, con sus fuertes ráfagas te empuja hacia adelante. Oyes su enorme rugido a  tu espalda. El estruendo de las olas contra las rocas y una imponente espuma alzándose sobre las mismas aguas te recuerda otra vez la insignificancia del ser humano, su enorme pequeñez.

Duele la ausencia de gaviotas amigas sobrevolando por encima de nuestras cabezas, planeando en las ráfagas de un aire no violento.



Baten las olas salvajes, llenas de ira contra las estructuras del faro que se yergue firme sobre las rocas que se asoman al mar.
De noche el faro, fiel vigía de mirada intermitente, impone su presencia. En su interior: el farero.
Pocas figuras producen tanta fascinación como la del farero, personaje solitario y curtido que vive rodeado de mar. Como llenar la soledad! allí frente al mar, soportando al viento y a la lluvia, a la noche y al día, a los fantasmas del silencio, de la tormenta y de la niebla.
Aprende uno a hablar solo en medio de ese paisaje. Decía Machado, que quien habla solo espera algún día hablarle a Dios. Será Él el Gran Interlocutor, pues hoy en día nadie escucha. Estamos inmersos en verdaderos diálogos de sordos. La prisa absurda ha matado el diálogo en la calle y ha sido sustituido por un monólogo mediático.
Mientras, el Gran Interlocutor, sigue esperando nuestra palabra.


miércoles, 29 de noviembre de 2017

ALOIA

                                                                                                                                                                    Pinos, acebos, robles,castaños, alcornoques, laureles, sauces, alisios y abedules acompañados por, abetos, cipreses y cedros del Líbano convierten el Monte Aloia en un paraíso.
Integrado dentro de la sierra del Galiñeiro, es una auténtica atalaya a 700 metros de altura.

Hay restos prehistóricos y romanos e historias rodeadas de leyendas, como, que aquí las yeguas salvajes son fertilizadas por el viento, o que éste es el auténtico Monte Medulio, escenario del suicidio de los últimos guerreros celtas supervivientes de la batalla y asedio de los romanos.

Una ruta de 9 km que si hay algo que la describe es la diversidad. La diversidad de caminos, de hierba mullida, de roca granítica surcada y moldeada por el viento y el agua. De tierra pisada por animales salvajes, de gentes que disfrutan de los senderos ansiosos de nuevas emociones. De vacas tranquilas y caballos altivos, de cabras expectantes, y perros ansiosos de nuevos olores.

Pero si hay algo sobrecogedor, ese es el silencio. Te envuelve a medida que avanzas, abrazándote poco a poco. Alzas los ojos esperando descubrir algún pájaro y ... los ves, pero solo te observan, preguntándose porqué invadimos su territorio.

Toda la ruta es un continuo ascenso y descenso que nos recuerda que estamos en una zona montañosa. En un momento determinado de la ruta y donde la niebla se ha desvanecido tenemos unas vista magníficas de Monteferro y las Islas Cies.
Donde la niebla es espesa, semeja un mar de espuma denso e imposible de atravesar. Las cumbres de las montañas emergen como islas a la espera de náufragos. Poco a poco nos alejamos del Monte Aloia con dirección al Monte Galiñeiro. Van apareciendo los eucaliptos, y como no, los cazadores. El corazón se encoge con cada tiro .



Seguimos el camino rodeados de helechos marrones, quemados ahora, por los primeros fríos. Atravesamos pequeños regatos, que lentamente discurren ladera abajo para finalmente perderse en el río Miño y este a su vez acaba engullido por el inmenso Atlántico.
Atrás hemos dejado los rebaños de vacas que pastan libremente en el monte para toparnos con una manada de caballos salvajes, que al galope huyen de los intrusos. Y así, descendiendo, acabamos a los pies del Monte Galiñeiro. Allá en lo alto, en el punto más elevado de la sierra casi esperamos  que asomen los guerreros con sus lanzas defendiendo sus posiciones..
Ahora que la niebla ha comenzado a levantar vemos, a lo lejos, Baiona que se desdibuja en la lejanía. Pequeñas aldeas calzan los pies de la sierra. 
Llaman nuestra atención las canteras de granito, laderas destruidas para arrancar del corazón de la montaña la preciada piedra.
Volvemos a cruzar rocas, pistas, senderos, riegos y charcas. Y apenados por el fin del camino damos nuestros últimos pasos.

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