Los temporales comienzan refunfuñando entre las rocas rizando la superficie del agua, no obstante su ira va en aumento levantando olas que impiden, demasiado a menudo, salir a la mar.
Estos hombres, aman su trabajo, aman el riesgo, aman el agua que les llena la boca de mar y sal y, con toda certeza si volvieran a nacer elegirían mil veces la dureza de un oficio que les permite vivir en íntima relación con la salvaje naturaleza y saben, que cuanto peor está la mar, mejor sabe el percebe.
Habría que subirse a una de estas barcas de las que salen a diario desde los muelles para saber, que este trozo de costa es la zona más brava del litoral. Alejarse del pueblo, dejar atrás el faro de punta Candelaria para llegar hasta A Gabeira.
Allá abajo, San Andrés de Teixido, justo antes de que acabe la costa de Cedeira y empiece la que pertenece a Cariño.
Llegan varias lanchas y allí cada cual se busca un punto de la roca de la que se cuelga y comienza a faenar. Poco a poco va subiendo la marea, el paisaje se va volviendo salvaje por momentos cuando el agua estalla contra las rocas. Mientras, los hombres van arañando las rocas sin dejar de mirar al frente, para estar atento a las olas que están dispuestas a golpearlos sin piedad.
Hay que apresurarse y estar bien atento para no resbalar por el acantilado. Han decidido acercarse a una roca difícil, de esas que a ellos les gustan, y avanzan entre las piedras como lagartijas.
No les asusta morir en el mar pero sí les asusta quedar lesionados; a tener que depender de alguien, a no poder reptar entre las piedras. En una mano el gancho y la cabeza bien en alto, sin perder de vista la mar.
Al mar no se le puede dar la espalda, hay que mirarlo siempre de frente, porque es muy traicionero.
No les asusta morir en el mar pero sí les asusta quedar lesionados; a tener que depender de alguien, a no poder reptar entre las piedras. En una mano el gancho y la cabeza bien en alto, sin perder de vista la mar.
Al mar no se le puede dar la espalda, hay que mirarlo siempre de frente, porque es muy traicionero.
Utilizan un sonido seco que sale de la garganta para advertirse unos a otros del momento en que hay que dar un paso atrás para que no se les trague el agua que golpea con fuerza.
Nada es de nadie, todos se ayudan si llega el momento. Las historias tristes aparecen y vuelve la añoranza.