Si el papel de los rituales funerarios es atenuar la emoción y el dolor de la separación, uno de los papeles de las tumbas y cementerios por tanto, es impedir que desaparezca el recuerdo del difunto.
Los muertos siempre han convivido con los seres vivos: en las cuevas, y bajo las casas de los hombres primitivos, en los bordes de los caminos y de las vías romanas, en el interior de las iglesias medievales.
Casos especiales son los camposantos rurales de Galicia en los que existe una total convivencia con los espacios de la vida.
El territorio gallego, rodeado de mar y con fronteras naturales, tiene una serie de peculiaridades debido a su situación geográfica. El clima, la emigración y la dispersión de sus aldeas contribuyeron a crear su peculiar idiosincrasia.
En Galicia, desde siempre, vivos y muertos comparten espacios y tienen puntos de encuentro enlazados con hilos apenas perceptibles de memoria.
La muerte en el mundo rural se asumía sin miedo y con naturalidad, " morrer hai que morrer". El culto a los antepasados es algo que está enraizado en la mentalidad gallega.
Los enterramientos han sido la huella solitaria que el hombre ha dejado de su modo de vivir. La arquitectura funeraria, expresa la relación que la sociedad ha establecido con la muerte: ayuda a juzgar y entender mejor una civilización. Es una arquitectura para los que ya no están, constituida por espacios de ausencias y de despedidas, de huellas y recuerdos de muchas vidas, de recogimiento y añoranzas. Es "el no olvidar de los vivos" y " el no me olvides" de los muertos.
El origen de la parroquia rural gallega se encuentra en los antiguos castros. La parroquia no es propiamente creada por la iglesia, sino que ésta se aprovechó de la organización que ya existía, como sucedió con otras cuestiones.
Era importante que cada parroquia contara con un cementerio, situado siempre en el atrio parroquial alrededor del templo. Las clases dominantes buscan diferenciarse en estos recintos e incluso las ideologías se ven reflejadas de un modo u otro en las obras funerarias, pero, no cabe duda que el fin último es proteger" la memoria individual y colectiva como herramienta innata a la persona que posibilita almacenar y conservar para el futuro las señas de identidad de lo que hemos sido" ( Pérez , Tarrío )