domingo, 12 de enero de 2020

La luna llena del lobo

 Cuando la oscuridad de la noche cubre todo el valle, una preciosa luna emerge tras los montes poblados de altísimos árboles iluminándonos con su blanquísíma luz. Es la reina de la noche.

 Todas las  Lunas llenas tiene un nombre asociado a cada mes del año. La de Enero es conocida como la luna del lobo.
Esta primera luna del año es conocida así hace más de dos siglos.

Fue asociada al lobo, ya que según los nativos americanos, los lobos se oían en el silencio de la noche con más frecuencia durante este período de invierno debido a la escasez de alimento y por tanto, se reunían para cazar.


El lobo es una animal sagrado, e incluso mitológico en muchos lugares del mundo. El vínculo entre el lobo y la Luna es ampliamente conocido y justamente en la noche del 10 de Enero de este año 2020 se vivió una nueva Luna del Lobo; la primera luna llena de un total de 13 que se registrarán durante 2020.


Con el frío intenso y las nieves gruesas del pleno invierno, las manadas de lobos aullaban en las afueras de las aldeas indias. Así fue como se le dio el nombre a la Luna llena de Enero.
A veces, también era nombrada como la Luna Vieja o la Luna después de Navidad. Algunos la llamaron la Luna llena de Nieve. Los celtas la llamaban Luna del Lago Sereno o Luna del Halcón.
Enero,climatológicamente hablando es un mes frío y duro. A menudo las manadas de lobos vagaban y aullaban hambrientos fuera de las aldeas de los indios entre las nieves del invierno.

 En el corazón de Enero los días son grises y las noches muy largas y frías. La pureza de la luz de la luna brilla sobre los blancos campos desnudos y sobre las aguas que se mueven lentamente bajo una gran capa de hielo.
EL mundo invernal sabe muy bien guardar sus secretos pero la Luna fría los conoce todos. Esta quietud no tiene nada que ver  con la muerte, sino con el sueño, a través del cual, el mundo se renueva esperando la primavera. La Luna fría sabe donde reposan todas y cada una de las semillas. Esta es su sabiduría ancestral.
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 El lobo un animal perseguido por dogmas que le han hecho perder su identidad propia. El Lobo, un animal sagrado de nuestra tierra ha protagonizado las hazañas más heroicas y también las más oscuras. Es, realmente, un animal social, atento a su familia y que defiende con bravura todo lo que representa ser parte de él. Como un símbolo celta, el Lobo fue una fuente de energía lunar. Según esta tradición , el lobo caza siempre al anochecer con el fin de permitir que el poder de la Luna le impregne de su magia.
Posee el instinto ligado a la inteligencia, valores sociales y familiares, astucia sobre el enemigo, habilidad de pasar desapercibido, constancia,y también la destreza de protegerse a sí mismo y a su familia.
La Luna del lobo se relaciona, pues con los animales hambrientos que, durante el frío invierno, aullaban desesperados ante la escasez de alimento.

domingo, 20 de octubre de 2019

CHOVE MIUDIÑO


 Soledad y misterio son los duendes permanentes de la noche compostelana, mientras la lluvia crece uniforme y apacible.
Se oye el pingar del agua, penetrándo en los sentidos hasta el lugar más recóndito del alma. Haciéndose, cayendo en espesos goterones, desparramándose, más húmeda que el llanto, hacia el mar de piedra de las viejas rúas que como dijera Valle Incán "Parecen inmovilizadas en un sueño de granito inmutable y eterno"
Poseídas por la niebla, con los ojos fijos en la húmeda oscuridad de la noche, las horas huyen, en infinito encanto, fugitivas de las sombras. Parece como si las referencias del tiempo se perdiesen en los caminos de la melancolía.
Es la noche sin transcurso un  interminable retablo de sombras ancestrales que destila tristeza y soledad. Bajo la luz amarillenta de las farolas, las formas del orballo se desprenden de la humedad y las tinieblas,  para surgir irracionales e intangibles, y la noche de compostela, tan fantástica  se llena de soledad y misterio.  
Por los confines de las viejas rúas,estrechas y románticas, entre la niebla y las luces, surgía, antaño, la altiva silueta de los tunos con las cintas enredándose en el viento y se oía el rasgueo de las guitarras y voces graves, que como dagas al aire cantaban con la misma vitalidad a Fonseca que a la "Farola del mar", uniendo para siempre los hermosos sueños que encanta el amor, como una confirmación de que en cualquier lugar del espacio y del tiempo, la amistad no tiene límites.
Amanece después Compostela, como siempre, entre las negras sombras del alba, más allá de otras sombras, más vagas y espesas, que pueblan el aire de la noche. Pero hay otra Compostela oculta, cuando el sol pone fin a la lluvia fina que aquí llamamos orballo. La belleza de la ciudad, también nos sorprende cuando asoma el sol pues la piedra refleja la luz y cada instante recobra su encanto.
Y sigue siendo arte cuando la piedra alarga su sombra, en ese instante que llamamos "luscofusco",que es el momento mágico en que el sol deja paso a la luna. Entonces, las luces se abren paso entre los soportales iluminando hasta el remordimiento de la piedra, mientras los pasos peregrinos van en busca del perdón.

domingo, 13 de octubre de 2019

Las aldeas se mueren


La gente ha abandonado las aldeas soñando con una vida mejor para apiñarse en las ciudades y en la multitud, encuentra su temida soledad. La soledad se está convirtiendo en una terrible plaga que azota la sociedad contemporánea.
Un total de 1726 aldeas ya están abandonadas. El abandono del rural está convirtiendo las aldeas gallegas en un erial. En ellas todavía resisten unos pocos, la mayoría de edad avanzada. Cuando ellos mueran, nadie impedirá que la maleza se adueñe de sus casas y que la hierba cubra los caminos.
En una década casi medio millar de aldeas se han quedado deshabitadas en Galicia que perderá  cerca de 139.000 habitantes en los próximos 15 años. 
En la aldea el aire no está contaminado, el aire mece los árboles; a lo lejos, se ven las crestas azules de los montes, el celeste del cielo y las gordas nubes blancas que pacen como corderos en un prado celestial.
Los atardeceres, son perfumados; detrás de los muros las madreselvas se enroscan y trepan, se escucha el ladrido de los perros, el canto de los grillos. No hay grandes tiendas, ni industrias, ni fábricas poderosas. Las aldeas no despiertan la curiosidad de quienes no pertenecen a ellas. No hay brillantes luces de neón que se enciendan por la noche, ni escaparates luminosos donde mirar aquello que quizás no se pueda comprar, no hay discotecas ruidosas y sudadas, ni cines. Solo se aspira el perfume de los árboles, se ve el verde de los prados y se disuelve uno en la niebla cuando lo desea.
 Densa, superpoblada y ruidosa, la ciudad escupe multitud de seres anónimos por sus puertas viejas - puertas de los metros, de las oficinas, de los edificios de apartamentos - apesta a polución, a residuos, a partículas de gases.
El cielo es aparentemente gris a causa de la contaminación, es difícil caminar por las calles sin ser empujado, sin sufrir el asedio de múltiples súplicas: los desamparados de siempre, los que han perdido el empleo, los que nunca lo tuvieron, los que están enfermos, los que necesitan cuidado o estima o alguien que los oiga. Se pasa indiferente o se concede una limosna desesperada que no consuela a nadie.
La población de estas ciudades parece flotar; masas anónimas se trasladan de un lugar a otro, como olas, como mareas. Es un fluir simétrico, de un extremo a otro, como el péndulo de un viejo reloj para retornar invariablemente al mismo lugar de origen. Nunca está vacía, sin embargo el hombre se siente solo y a pesar de eso no retorna a su aldea.

Un gran número de abuelos están muriendo en la más absoluta soledad en las grandes ciudades.

domingo, 6 de octubre de 2019

Yo quiero ser marinero


El mar, en la noche, es una maravilla. Estar ahí quietos, flotando, bajo las estrellas, no hay nada igual...
Navegar por la noche es una experiencia fantástica, tanto si se hace a la luz de la luna, como en mitad de una noche cerrada. Soltar amarras de madrugada en una preciosa noche estrellada y con la mar como un plato reflejando todas las luces de la costa que poco a poco se desvanecen en la oscuridad produce una extraña emoción.



Navegar de noche, especialmente en aguas atlánticas supone el poder observar el efecto desconcertante de la fosforescencia del fitoplancton que activado por la hélice del barco va dejando  una preciosísima estela de luz verdosa que se asemeja a la cola de un animal fantástico. Y si se tiene la suerte de tener un encuentro con delfines en una de estas zonas ricas de fitoplancton, entonces se pueden ver iluminados debajo del agua en un efecto tan mágico como fantasmagórico.

Si no hay luna, el cielo es grandiosamente negro y plagado de un infinito número de estrellas como posiblemente nunca se halla observado en ningún otro lugar. Y...al amanecer si la atmósfera está cargada de humedad, se ve al cielo vestido de bellísimos colores pastel, con suaves tonos rosas, amarillos y azules. En estos momentos los primeros rayos del sol producen sobre las olas brillos dorados en un intenso rielar.

En la noche oscura se pierde la sensación de profundidad y es difícil evaluar las distancias. En general, la distancia, es mucho mayor de lo que nos parece. Es aquí donde el radar ayuda y enseña a valorar lo que puede ocurrir a nuestro alrededor.

La visión es pobre e inconscientemente se presta mayor atención a todos los demás sentidos. Se está más alerta sin pensar en nada más, haciéndonos más conscientes de los acontecimientos que ocurren a nuestro alrededor y así, de esta manera, nos hace sentir más vivos.




martes, 10 de septiembre de 2019

Sancosmeiro: ingenioso y desaparecido

Mi mar es el Atlántico, aunque no es mi mar, sino mi océano, que se funde en un salvaje abrazo con el mar Cantábrico en uno de los cabos más septentrionales de la Península Ibérica.
Para los marineros de estos mares indómitos, el cabo de Ortegal es un kilómetro 0 natural, donde las aguas del Atlántico y el Cantábrico tanto libran una brutal batalla en días de temporal, como se aman apasionadamente si se instala la calma frente a estos imponentes acantilados, donde el viento nordés ruge y el Atlántico se enfurece hasta el cabo Finisterre, mientras el mar Cantábrico se queda en su abrigo seguro de la Ría de Ortigueira, situado entre dos gigantes: el Cabo Ortegal y el cabo de Estaca de Bares.
Mis anclas han estado siempre echadas en Galicia, a los pies de este océano que me ha inspirado siempre un gran respeto pero también un inmenso placer.
Muchos barcos han navegado nuestros mares, algunos ya olvidados como el Sancosmeiro; una embarcación tradicional que ya no navega por nuestras aguas pero que sigue vivo en la memoria de muchos paisanos todavía.
Lamentablemente, siempre ha habido protagonistas, que a lo largo de la historia, han pasado desapercibidos de manera injusta.
A esta embarcación hay quien la define como la "adaptación en Outes de la dorna" (creada por los carpinteros de Outes) porque también tenía poco calado debido al adecuación del territorio que le es propio: la desembocadura del río Tambre en la Ría de Muros y Noya, aunque en realidad esta considerada como una variante del galeón.
El Sancosmeiro se dedicó principalmente al transporte de piedra pero también fue un barco de transporte de pasajeros.
Con una tripulación de dos o tres hombres lo más característico era su forma, muy ancha, con 8 o 9 metros de eslora.
Aunque no se sabe nada del carpintero que la diseñó, se cree que esta embarcación nace con el siglo XX en un momento histórico determinado y como respuesta a una realidad concreta.
El Sancosmeiro surge para  transportar piedra pero gracias a su capacidad de carga se irá adecuando a las necesidades que surgen en la ría terminando por usarse para todo tipo de mercancías: madera, cemento, ganado, cebollas, patatas, sombreros... facilitando así el comercio de la zona y siendo clave en el comercio de la ría llevando de un lado a otro a sus habitantes.
Inicialmente se propulsaba a remo y con vela latina aunque a algunas se les llegó a incorporar un motor, desaparecido actualmente ya que fue fruto de un oficio en decadencia

Este año se celebró la decimocuarta edición del Encuentro de Embarcaciones Tradicionales de Galicia en la Guardia, en Julio. Fue la primera de la historia del evento en la que buena parte de los barcos realizaron una travesía en mar abierta para aproximarse al punto de encuentro de la celebración. Esta singladura implica una gran dificultad a la hora de manejar las unidades de más de seis metros de eslora ya que la mayor parte de ellas fueron diseñadas para la pesca y el cabotaje en aguas costeras. 
Las embarcaciones permanecieron fondeadas tal y como se hacía en el puerto de la Guardia, en lugar de amarradas a muelles y pantalanes.

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