jueves, 22 de octubre de 2020

Celebración de Samhain


 Ni caramelos, ni calabazas sonrientes. Lo que a día de hoy llamamos Halloween no guarda ninguna relación con la fiesta en la que se hunden sus raíces. En Samhain, los druidas rendían culto al dios muerte a través de la barbarie y la crueldad. Tan brutal era aquel festejo que, cuando las legiones romanas llegaron a la antigua britania, decidieron prohibir buena parte de sus ritos.

Desde entonces, aquella fiesta primitiva se ha ido transformando a lo largo de los siglos. Lo que sí está claro es que en aquella fiesta los druidas llevaban a cabo sacrificios humanos con el objetivo de adivinar el futuro.


Se desconoce el momento exacto en el que el Samhain empezó a celebrarse; tan solo se sabe que tenía como protagonistas a los hechiceros britanos y que ya se practicaba antes de la conquista romana.


 "Era un pueblo que practicaba las artes ocultas y adoraba a la naturaleza, a la que atribuía cualidades sobrenaturales."

Loa druidas, eran un punto central sobre el que se apoyaba la sociedad. De hecho, esta civilización se mantenía unida gracias a ellos. La razón principal era que se encargaban de contentar a los dioses, pero además  también eran los médicos del pueblo. Sus rituales de curación se basaban en las plantas que recogían en el bosque.

Como pueblo que basaba una buena parte de su existencia en la naturaleza, los celtas daban una importancia suma a  los ciclos estacionales. Para ellos el año se dividía en dos grandes épocas: el invierno y el verano. La primera asociada con la muerte y la segunda con la vida, y para conmemorar el paso de una a otra, celebraban dos fiestas en honor a los respectivos dioses a los que asociaban cada una de ellas. Los celtas adoraban al dios Sol
( Belenus), el primero de Mayo y adoraban a otro dios, ( Samhain), el dios de la muerte o de los muertos.

 Al parecer la fiesta del Samhain duraba tres días y tres noches y en el se conmemoraba el inicio de la estación muerta del año, en la cual campos y seres vivos dormían a la espera de la próxima primavera.

Las creencias de los druidas afirmaban que, en la noche del 31 de Octubre, Samhain, convocaba a los muertos para que vinieran al mundo de los vivos. Era, en definitiva una jornada mágica, en la que el miedo a los muertos se mezclaba con la esperanza de recordar a un familiar que hubiese dejado este mundo.

Durante las celebraciones, los celtas practicaban varios rituales. Uno de ellos era encender grandes hogueras en lo alto de las colinas como símbolo de renacimiento de la naturaleza y de la vida durante la noche de Samhain. Los fuegos eran un elemento central de la celebración, pues se creía que con ellos se lograba espantar a los espíritus malignos, que enfadados por haber sido castigados por el dios de la muerte, se dedicaban a hacer tretas a los vivos.

La gente se ponía grotescas máscaras y danzaba alrededor de la gran fogata pretendiendo que eran perseguidos por los malos espíritus. Esta fiesta era considerada un momento propicio para pedir por los espíritus de los fallecidos y para practicar la magia y las artes adivinatorias. Esta última era realizada por los druidas, quienes consideraban que podían averiguar el futuro usando vegetales...o sacrificando seres humanos a los dioses.

La barbarie del Samhain continuó hasta el siglo I d,C., cuando los romanos llegaron hasta Britania, "civilizando" la festividad erradicando los sacrificios humanos.

Con el paso de los años, la Iglesia Católica instauró la fiesta de los " Mártires Cristianos" el día 1 de Noviembre.

miércoles, 14 de octubre de 2020

MEIGALLO




 Na nosa rúa botáronnos un meigallo. Eso é o que comentaban onte unhas veciñas entre risas por unha bolsa con tres ovos e unhas moedas que dende hai días está pousada nun dos cruces. O certo é que ninguén a retira e cada mañá aparece nunha das catro esquinas da encrucillada.Eu díxenlles que seguramente alguén que foi mercar os ovos esqueciuna no chan e non volveu a recollela, pero contestáronme con sorna: Si, Si...

O meigallo é unha das superstición máis antergas de Galicia e ao parecer levábase á práctica cando as enerxías máis negativas asolagaban a alma de alguén que precisaba liberarse delas botándolle todo o mal á persoa obxecto da súa xenreira. A miúdo había que acudir a unha meiga para que a instruira sobre a práctica máis axeitada a cada caso.

Sempre se facía con nocturnidade nas encrucilladas e as aves eran elementos moi comúns nestas prácticas da meiguería.

Os cruces de camiños tiveron un caráter máxico nas antigas culturas agrarias. Os romanos colocaban neles pequenos altares de culto aos deuses Lares e alí depositaban ofrendas, por eso  en Galicia foron cristianizados os cruceiros, esas cruces de pedra que aínda hoxe vemos polos camiños. Cando os enterros eran peatonais sempre se paraba o cadaleito en todos os cruces para rezar tres padrenuestros pola alma do difuntiño.

Cando polos medios racionais non se lle atopa solución aos problemas, algunha xente acude a outros métodos máis inmateriais para ver de amañalos. Eu tiña unha parente que non acadando solución a algo acudía a Santa Rita. A pequena imaxe da avogada dos imposibles acompañouna durante toda a súa vida e botaba man dela sempre que lle conviña. Ao parecer o sistema funcionaba e cando non era así atribuíao a que as pregarias non foran acompañadas do debido fervor, por eso a santa non tiña a culpa dos fallos.

A meiga, ten un carácter dual, xa que tanto pode actuar como mediadora para curar os males como aliada do demo para botar o temido "mal de ollo". Hai meigas nas que a maldade é intrínseca, como a meiga chuchona, que se adica a chupar o sangue dos nenos. Porén, en moitas ocasións o meigallo prodúcese por non atender a un favor que a meiga solicita, como acontece coa meiga lavandeira, que solicita axuda para lavar a súa roupa.






As meigas son omnipresentes nos ditos populares en Galicia:  "É cousa de meigas"  " Botáronlle un meigallo",  " Meigas fora" ...

Botareiche un meigallo

Fareiche un conxuro

Farei que pagues alto

O prezo do meu orgullo

Fareiche mal coa vista                                           

Robareiche o alento

Para que camiñes torto

Para que che leve o vento

Deixa que te teña preso

Daquela non che hei de soltar

Á que che teña preso

a un pozo heina de botar

Non cabemos os dous 

atados polas palabras

de odio, maxia e amor.

Vai dando a volta guapo

Vai dando a volta

que quero verche a cara

 que tes agora.







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  • sábado, 10 de octubre de 2020

    Llegando a casa.


     En cada piedra un suspiro, en cada piedra un pecado, en cada piedra un sueño, en cada piedra un dolor... 
    Y en cada gota de lluvia un llanto, un sollozo apenas audible, un recuerdo amable imperecedero, a pesar del tiempo y de esa lluvia que cae sin desaliento día tras día. Y es que volver a Compostela es como volver a casa, es como volver a hablar con el alma que un día soñó una promesa. 




    Se oye el eco fiel de una campana de la Catedral, grave, fuerte,  que va rebotando en las piedras, besándolas; esas piedras  que forman la mágica atmósfera de esta ciudad como en ninguna otra.


    Me gusta la luz amarillenta de sus farolas, sus reflejos en los charcos, esos que se han ido formando con las pisadas del tiempo.







    Oigo la vida detrás de mí y, mientras recorro  los senderos del recuerdo oigo su murmullo, sus versos, su canción. Y me acerco... Solo se oyen mis pisadas en la noche, así es como a mí me gusta volver a Compostela. Me acerco al final de mi camino.  No se lo que me aguarda, allí, detrás de aquella esquina o bajo aquel soportal. Presiento algo incierto, quizás amenazador en la oscuridad de la noche, pero en  lo alto la luna llena ilumina el resto de mi viaje, siempre viva, siempre esperanzadora y poco a poco me va envolviendo la noche con su eterno abrazo. He llegado a casa.


    jueves, 1 de octubre de 2020

    En los días de otoño.



     En los días de otoño los ríos se llevan las flores y hace que reverdezca la piel de la montaña de altas cumbres y también los valles profundos. El musgo, agostado después del calor del verano, reverdece sobre las rocas de granito, las cruces de los hórreos, las ermitas ...su tacto es suave y agradable haciendo del paisaje un nuevo mundo más limpio.

          

    El mundo vibra, aquí, donde el tiempo parece no existir y las aldeas parecen brotar de la tierra como pequeños cúmulos de hongos. La naturaleza encierra un universo de fauna y flora único con formas tradicionales que se han mantenido casi inalteradas desde hace siglos.

    Galicia está llena de prados y de regatos de aguas limpias que el sol suave, en esta época del año, llena de caricias. La tierra se hace silenciosa en otoño y las aldeas que aparecen enraizadas en las laderas parecen brillar bajo el sol; los gallos cantan una nueva alborada porque nuevas gentes han venido a habitarlas.

    En esta tierra, en algunos de sus lugares, las montañas tocan el cielo y los bosques se transforman en un mar infinito de verdes que nos invitan a perdernos en él para descubrir sus secretos y la maravillas naturales que esconde.

    Si nos vamos hasta lo alto de la montaña conoceremos la piedra básica de inciertos orígenes que no es más que la huella de la historia. Si caminamos los senderos, estos, nos conducirán hasta la belleza armónica de la soledad y, en el valle buscando el salto de agua, veremos reflejar la luz en miles de gotitas que  saltan entre las piedras. 

    Las aldeas cercanas son su paisaje más vivo a pesar de la dureza de la montaña y allá en el Courel, es agradable sentir el viento de la cumbre, en la vieja casa recuperada, a la que han vuelto algunos pocos de los muchos que se fueron. Sabemos que algunos de esos pueblos se quedaron sin gente, aunque ahora  parecen volver a la vida.

    La calma otoñal de la montaña nos permite escuchar el rumor del regato transparente y las canciones de los pájaros nos animan el paso en el poco frecuentado camino de la sierra.

    Y el color del otoño nos dejará asombrados por los castiñeiros de los soutos y las devesas y una vez que escuches como cantan los pájaros y el agua, el espíritu de esta tierra penetrará en ti.

                




    miércoles, 23 de septiembre de 2020

    Las aterradoras máscaras de la Peste negra II

     En  una de las épocas más oscuras de la humanidad pocas máscaras han llamado tanto la atención como las utilizadas durante el tiempo que duró la epidemia de la Peste negra . En ellas se mezcla lo siniestro y lo inquietante, despertándose quizás un miedo atávico a la propia muerte y, sobre todo a la enfermedad.

    Las gente moría asustada, abandonada, dolida en el alma y en el cuerpo en una de las épocas más terribles. Pocas máscaras han llamado en ningún otro momento, tanta atención como las utilizadas durante las epidemias de la Peste negra.

    Esta máscara formó parte del clásico atuendo del llamado <<Il dottore della Peste>>. Una vestimenta que más tarde , ha pasado a formar parte del atuendo tradicional de disfraces en el famoso Carnaval de Venecia.

    Si volvemos atrás en el tiempo nos encontramos en una de las épocas más oscuras y más duras, allí donde la peste negra andaba con pies de gigante. Asoló Asia y Europa en varias ocasiones. Se sufrían graves hemorragias, fiebres y una muerte casi siempre inevitable. Los médicos en esta época se vieron obligados a idear una vestimenta especial para evitar contagios, pero no fue hasta  la segunda  epidemia- sucedida entre -1575 y 1577- cuando se empezaron a usar con más frecuencia este tipo de máscaras. En especial en Venecia donde había tenido su origen.

    En aquel momento se creía aún que la enfermedad se transmitía por el aire y penetraba por los poros de la piel, por eso se establecieron las siguientes protecciones para << il dottore della Peste>>

    Sombrero de ala ancha, gafas, guantes de cuero, un enorme abrigo encerado hasta los pies, una enorme vara para examinar al paciente sin necesidad de tocarlo y una máscara con forma de pico de ave, de tal forma que el impacto que recibía la gente enferma cuando el médico le visitaba era terrorífico.

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    La máscara de los médicos de la Peste, era siempre alargada con un pico muy semejante al de las aves. La longitud era siempre la misma, la justa para mantener una prudente distancia del paciente y no respirar así su >>aliento envenenado>>.

    En el interior del pico, se introducían elementos aromáticos, como mirra, láudano, alcanfor, hojas de menta, pétalos de rosa, clavos de olor... elementos que según los médicos, podían paliar la introducción de la enfermedad en las vías aéreas. La verdad es que muchos eran los médicos que terminaban infectándose ya que su eficacia como protección era escasa.

    El dolor que acompañaba a la gente en aquellos días por la horrible enfermedad, era resguardado por un extraño personaje que se paseaba por las calles de las ciudades afectadas entre gritos de dolor y súplicas de los que padecían la enfermedad. Los familiares de los afectados, en su desesperación por ayudarles, buscaban ayuda de personas que pudieran proporcionar una cura.
    Una figura que, sin duda, a través de su aspecto,  inspiraba un miedo atroz. Sin embargo, a pesar de su aspecto, el médico de la peste negra se convirtió en aquella época en la única persona capaz de infundir esperanza entre los afectados.
    Eran personajes misteriosos tanto por su apariencia como por el significado de su presencia en la región. Se mantenían completamente alejados de los ciudadanos para evitar el posible contagio de la enfermedad que trataban. La curiosa máscara los mantenía alejados de los pacientes disminuyendo de esta manera el contagio directo. Estos doctores también asesoraban a los pacientes de como morir y afrontar ese miedo con el menor sufrimiento posible. Algo que no se contempla hoy en día.

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